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Cada días nos vemos envueltos en discusiones o comunicaciones que tienen diferentes sentidos y unificar el mensaje cuesta trabajo.

El ser humano, las personas, tienen ciertas expectativas de esas comunicaciones y mensajes y esperan cierto rebote intelectual o emocional de la otra persona. Siempre hay una expectativa, pues hablarle al viento incluso nos revela que no estamos sólos.

Los mensajes traen infinidad de información sobre esa persona, sobre lo que se es, lo que espera, lo que desea, lo que necesita y lo que juntos esperan también sobre una situación, un producto o un cliente.

Pareciera irreconocible que no sabemos conocernos y evadimos abrir el pensamiento para ver que hay ahí oculto y por lo mismo no podemos leer el de los demás para ayudar o crear sinergias libres de preocupaciones.

El pensamiento tiende a revolverse y es limitado según se está acostumbrado a ver o no ciertos aspectos más allá del conocimiento. Adecuar el mensaje, es decir aterrizarlo, viene de una cualidad de autoconocimiento, pero sobre todo de dejar el juicio sobre lo que el otro está tratando de decir, exactamente, está tratando, no es tonto, tiene un universo en su mente y creencias que a veces dice cosas que no comprendemos o hace cosas sin sentido.

Cuando apreciamos el esfuerzo de renovar su energía a través de estar con ellos, veremos esa luz en su pensamiento y su vida, sus logros y fracasos, el cúmulo de experiencia que por algo está delante de ti siendo tu colaborador o compañero de trabajo. Mirar su pensamiento y valorarlo, es ver su luz, su camino.

Cuando lo puedes ver es porque sabes que no tiene que ver contigo sus historias, pero sí su cualidad de expresión que siempre puede mejorar en algo extraordinario y así se hacen los mejores equipos.

Siempre que escuches a tu hijo, pareja o compañero sonríe, estás valorando su esfuerzo y honrando su vida.

Un abrazo.

Marcela Robles

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